Epilogo
De rojo otoño son ya mis años
y de blanca nieve mis cabellos. Hace ya tantos desvelos, pero no tantos
suspiros como inviernos. Hace mucho que mis pesadillas son tu bella sonrisa y
mis males tu recuerdo.
Mis pasos son como los pasos
de un niño cazando mariposas y mis fuerzas las de una fiera herida de muerte.
Solo me quedas tú, el fantasma
que ronda mis soledades y la chispa que enciende el deseo, un deseo que está
divorciado de mi cuerpo.
He desgastado mis ganas, mi
cuerpo y mis años en amores de alquiler, de esos que no incluyen besos. Mi lado
izquierdo ha sido fiel a ti, a lo que nunca diste.
Ya el horizonte trae consigo
el fin de mi libreto, parco, inexorable, sin regreso, y tú no te marchas.
Nunca he de perder la
esperanza, pues nunca tuve una. Nunca ha de morir este deseo, pues nunca lo
pusiste a prueba.
Nunca haz de morir en mí, pues nunca me diste vida.